Fuente: SCY – pixabay, Creative Commons.
Está claro que, una vez que se
inicia una legislatura parlamentaria se abre el camino hacia unas nuevas
elecciones. El nuevo ciclo parlamentario por muy extendido que sea este tendrá
una duración máxima de cuatro años; aunque, desde las elecciones del 20 de
diciembre de 2015, el temor de la ciudadanía a que no se forme gobierno y
vuelva a ser llamada a repetir el ritual del voto dominguero es un temor nada
desdeñable que nos sitúa, de nuevo, ante las urnas en Navidades.
De todas formas, aunque el PP
consiga, como parece, una coalición estable con Ciudadanos y la abstención del
PSOE, esto le daría una minoría parlamentaria de 169 diputados, cuando la
mayoría absoluta se sitúa en 176. Esta realidad matemática hace improbable que
dicho gobierno aguante un proceso de ralentización, más o menos suave, del
crecimiento económico y otra ronda de recortes de 20.000 millones de euros que
nos imponga Bruselas a cambio de no
pagar la multa por el exceso de déficit y prorrogar otros dos años su
cumplimiento.
El panorama anterior, la
posibilidad inminente de un nuevo combate electoral, debería resituar a la izquierda española en una
coyuntura electoralista, ya que si no tenemos elecciones en Navidades, las
tendremos, como mucho, a lo largo de 2017 o 2018. Es decir, que nos tenemos que
preparar para una legislatura corta.
La estrategia del PP ya la
conocemos: la resistencia y el miedo, situarse como el faro de la derecha
mundial y mostrarse como la única alternativa frente a la marea podemita
inspirada en la Venezuela de Chaves. La de Cs también: una minoría necesaria,
sea cual sea la opción mayoritaria de los españoles, ésta necesitará de sus diputados
para alcanzar el gobierno y, por tanto, siempre serán unos socios fiables gane
quien gane o, como diría Groucho Marx, estos
son mis principios; si no le gustan, tengo otros.
El problema, por tanto, lo
tenemos en la izquierda, donde el PSOE tendrá que definirse alguna vez, hacia
la derecha o hacia la izquierda. En ambos casos perderá votos, esperemos que
con su decisión no pierda también su identidad histórica. Es imposible mantener
una situación de indefinición ideológica por un período de tiempo más largo
porque, entonces, correrá también el riesgo de convertirse en un partido
irrelevante de la política española, al ser este incapaz de tomar decisiones.
El asentamiento de una nueva clase dirigente que acabe con las deudas del
pasado, y con ello no me refiero a Pedro Sánchez, se antoja fundamental en
dicho proceso. Por último UP cuya estrategia electoralista llegó a su máximo
paroxismo en las elecciones del 26 de junio de 2016 en la alianza electoral
Izquierda Unida y Podemos, única novedad en las elecciones de junio y, por
tanto, la que más expectativas de crecimiento electoral generaba, aunque esta
como en la fábula de Esopo se convirtió en el parto de los montes y, por tanto,
en la primera decepción electoral del partido morado. No sólo supuso una
decepción sino que parece haberlo situado en la desorientación, ya que todos
sus militantes se preguntan si ahora es posible asentar dicho proyecto político
sin la necesidad de las artes de prestidigitador de Pablo Iglesias.
Esperemos que lo anterior se
solucione, si no volveremos a sorprendernos con un crecimiento no merecido del
PP y este acercará ya a la derecha a la mayoría absoluta.
Lo peor de todo, el cortocircuito del PSOE. Cualquier opción es mala. Pero en mi opinión la abstención es la mejor salida. Y no estoy de acuerdo con lo que dices de Ciudadanos. Está haciendo de partido liberal, tanto en las condiciones de su anterior pacto con el PSOE (un pacto que iba con todo el programa de Cs) como ahora con el PP (un pacto bastante de mínimos). Lo que me parece en este país -y sobre todo en el grupo duro de izquierda y derecha- es que cuando tenemos la flexibilidad para pactar a ambos lados, se les acusa de falta de principios. Y el chiste de Groucho ya lo he leido en varias páginas...
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