domingo, 6 de marzo de 2011

LAS REVOLUCIONES DEL MAGREB


Decía el marxismo clásico que las revoluciones llegaban fruto de una modificación en las condiciones económicas de la sociedad. Unas condiciones que daban lugar a una nueva clase social que desplazaba a la que estaba en el poder. A partir del marxismo se han ido construyendo a lo largo de la historia diferentes teorías sobre el cambio social, algo que ha obsesionado la mirada del ser humano. ¿Cómo es posible que se produzcan, sin apenas sospecharlo, cambios políticos tan bruscos?

El mundo occidental entró en un constante proceso de cambio político desde la Revolución Francesa y parecía que, tras la caída del Muro de Berlín en 1989 y el posterior hundimiento de la Unión Soviética, se había dejado atrás el encanto de la “revolución”. Autores como Francis Fukuyama llegaron, incluso, a pronosticar el “fin de la historia”. Esta teoría no sólo legitimaba la democracia y el libre mercado como los únicos instrumentos de gestión pública y privada óptimos dentro de una sociedad, sino que también legitimaba a Occidente, dentro de la ideología neoconservadora, como civilización superior que tenía la misión “providencial” de sacar del atraso y el fanatismo al resto de civilizaciones. Esto justificó, entre otras, la política de Bush en Oriente Medio. Nosotros éramos la guía que llevaría al mundo árabe hacia la democracia y la libertad.

Los acontecimientos de estos días, la extensión del modelo de la Revolución de los Jazmines a Egipto, Bahrein, Libia… y, esperemos, un largo etcétera, pone de manifiesto la equivocación del modelo anterior. Occidente no sólo no ha llevado la democracia a estos países, sino que, como siempre ha demostrado la historia, ésta es una conquista que se consigue mediante la autoconciencia, organización y lucha de las sociedades. La democracia no se regala, sino que se conquista. Estos hechos también ponen de manifiesto la fragilidad de dicho modelo, ya que todavía no estamos seguros del desenlace de estas protestas: nuevos regímenes dictatoriales con nuevos militares, regímenes islamistas, etc. El único “pero” que yo pondría a estas revoluciones son los extensos gobiernos de transición, controlados por militares, que en el caso de Túnez y Egipto durarán cerca de un año y pueden “trastocar” la voluntad de cambio que emana de las calles tomadas por la multitud. Lo que también pone de manifiesto es que la historia sigue abierta, que las sociedades conocen múltiples caminos para autorganizarse, aunque unos sean mejores que otros, y que, en todo caso, cualquier intervención exterior sólo tiene desventajas. Por cierto, los acontecimientos aquí descritos están tan alejados de la realidad europea que, más bien, parecemos un viejo museo de historia, ya que los vientos de ésta parece que soplan en otros rincones del planeta, más jóvenes y menos atenazados por su pasado.

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